Una niña y la desgarradora
historia de la violencia en Mozambique
Nov 12, 2020
OMPRESS-MOZAMBIQUE
(12-11-20) El sacerdote misionero de Zaragoza, Eduardo Roca Oliver, escribe
desde Mahate-Pemba con fecha de este martes 10 de noviembre, sobre los ataques
que sufren, sobre refugiados y asesinados, sobre el dolor de tantos, y sobre
Josefina, una niña mozambiqueña de diez años.
“Josefina
tenía diez años, era la hija mayor de Celina, una mujer que huyó de la aldea
Mbau, muy cerca de la frontera con Tanzania cuando empezaron los ataques
terroristas. Salió después de un ataque, en una madrugada de enero, este año.
Huyeron, como hacen todos, a esconderse en los campos, y cuando volvieron
encontraron sus casas quemadas, y muertos aquellos que no tuvieron tiempo de
escapar o eran demasiado mayores para hacerlo. A uno de sus vecinos, Venancio,
que llegó aquí a Pemba por los mismos días con su mujer y su pequeña de dos
años, los terroristas le mataron a dos hermanos gemelos, sólo tenían 19 años.
Josefina
tenía síndrome de Down, era muy inquieta y no paraba de ir de un lado a otro.
Los acogí aquí en la misión de San Carlos Lwanga, en enero de este año, con un
grupo de más de doscientas familias, integradas sobre todo por niños y mujeres.
Dicen que a los terroristas les interesa matar a los varones, las mujeres
sirven y los niños acabaran siendo soldados del califato. Aquí entre nosotros,
en Mahate, todo empezó dos días antes de la Navidad del año pasado. Llegaron a
la misión 24 miembros de una misma familia, venían también de la misma zona
fronteriza. Al principio, todos eran de la etnia makonde, provenientes de las
aldeas del interior, mayoritariamente cristianos y católicos, fruto de la
primera evangelización de los misioneros de San Luis de Montfort por esta zona
norteña de Mozambique. No entendíamos mucho qué estaba sucediendo, pero hacía
ya un par de años, desde 2015 al menos, que escuchábamos noticias preocupantes.
Se decía que había en los bosques del norte cercanos a Mocimboa da Praia,
campos de entrenamiento de jóvenes para la guerra, mientras desaparecían otros
de entre los conocidos del barrio, como los muchachos que nos vendían pescado,
y no se volvía a saber de ellos. Algunos musulmanes amigos contaron preocupados
que a algún familiar le habían ofrecido una beca para ir a estudiar el Corán,
como ellos dicen, pero después resultó que nunca más se supo de ellos.
Aquel año de
2015 los seguidores del consejo islámico aquí en la ciudad de Pemba empezaron a
radicalizar costumbres de cuantos adherían a su secta, y aquí en nuestros
barrios de Mahate y Muxara, sobre todo, las mujeres, las niñas y las jóvenes
empezaron a salir de casa cubiertas con el nicab. Rostros de comerciantes
extranjeros con sus mujeres así vestidas se prodigaban, eran caras nuevas en
los barrios. De las mezquitas llegaban comentarios preocupantes: rezan con
botas y con machetes… los vecinos musulmanes, casi todos, no lo vieron con
buenos ojos. Fueron unos meses, pero se hicieron sentir entre nosotros. Estaba
siendo un cambio muy drástico, en muy poco tiempo, de las costumbres habituales
de la vida de las comunidades, y todos nos preocupamos. La prohibición del uso
del velo llegó después de que una mujer totalmente cubierta robase un bebé del
hospital central. Nadie le dio la debida importancia a todos los rumores que
circulaban, pero algunos levantamos la voz. Aquellos días en las redes sociales
corrían grabaciones de vídeo de terroristas degollando a personas, bajo
cantinelas de la oración musulmana. Muchos, muchos jóvenes, vieron ahí un
propósito para sus vidas, demasiado destruidas por la miseria.
Durante esos
dos años que siguieron y ya después del comienzo de los ataques en la ciudad de
Mocimboa da Praia, en 2017, se especuló sobre el origen de los conflictos, se
decía que eran jóvenes delincuentes comunes y se repetía una y otra vez,
llegando a convencer a muchos de nosotros. Pero quienes ya estábamos unos años
aquí sabíamos todo lo que se había dicho y habíamos visto de lo que eran
capaces. Muy recientemente la seguridad antiterrorista internacional ha
reconocido que Mozambique recibió líderes de estado islámico que estuvieron
entrenando en el norte, durante varios periodos.
Los pueblos
makondes cristianos del interior parecían ser los primeros objetivos de los
terroristas, así nos llegaban las noticias. En la aldea de Xitaxi, más de
cincuenta jóvenes y adultos fueron asesinados por no aceptar unirse a los
terroristas. Alguna de las mujeres que escaparon al secuestro cuenta que, entre
las víctimas, hubo quien respondió a las amenazas confesando la fe.
Pero poco a
poco los ataques se extendieron también por la costa, entre los pueblos mwaní,
aquellos que de entre ellos no veían con buenos ojos esta violencia. Fueron la
segunda ola de refugiados, ya en los meses de mayo y junio de este año.
Aquellos que teniendo cargos en la oración de las mezquitas se negasen a seguir
a los terroristas eran ajusticiados ante todo el pueblo, como al parecer ha
sido la práctica normal del estado islámico.
Mocimboa es
una ciudad costera que ya fue califato islámico antiguamente y el hecho de
concentrar los ataques aquí parecer responder a ello. A mediados de octubre
barcos de pesca de toda la costa de la provincia empezaron a llegar cargados
con niños y mujeres, huyendo nuevamente de unos ataques que ya no parecen tener
fin. Las playas de Paquitequete, el barrio mwaní más antiguo de Pemba, siguen
llenas de varios millares de personas, enfermas, hambrientas, sin nada… cerca
de medio millón de personas han abandonado su tierra y hogar.
Fuimos los
primeros en abrir nuestra iglesia y responder a casi un millar en enero de este
año. El proyecto mundial de alimentos estaba previendo la crisis y se había
preparado, las organizaciones empezaron también a responder, hasta que los
canales oficiales del gobierno también empezaron a funcionar. Ahora los campos
de refugiados acogen a la mayoría, otros han podido alojarse en casas de
familiares, demasiado pobres para poder responder a tanta necesidad. Los
ataques han ido extendiéndose hacia el sur llegando incluso a la bahía de
Pemba, hasta Quissanga y los alrededores, provocando un éxodo y un drama
humanitario terrible. No es posible sostener durante mucho tiempo una crisis de
estas dimensiones, no hay recursos ni capacidad, mucho menos en África. En un
escenario así empezar a ver víctimas no tarda mucho. Y los niños y los enfermos
son los primeros en morir.
La crisis
del coronavirus ya estaba dejando una marca de sufrimiento añadido entre
nosotros, aunque sus efectos no hayan sido directos ni se hayan hecho sentir
aquí, muchas medicinas han escaseado en los centros de salud y tratamientos
crónicos se han abandonado, con la consiguiente pérdida de calidad de vida,
agravada por las restricciones de circulación y movimiento que han empobrecido
mucho más a los pobres… Entre los pobres mantenerse es un desafío constante y
conseguir algo para comer en casa cada día no está garantizado.
En toda la
zona norte, exceptuando la ciudad de Moeda, que apenas estuvo unas pocas
semanas sin presencia religiosa, se han abandonado las misiones. Queda muy poca
población en algunos poblados que tiene que huir a esconderse siempre que
amenazan los terroristas. Algunos no pueden perder ya nada más y la desesperación
se apodera de la mayoría.
Celina
encontró un pequeño trabajo limpiando en una casa, hace ya un par de semanas.
Hoy cuando volvió encontró a Josefina vomitando en el suelo, la llevó al
hospital, pero ya era tarde, los médicos no han podido hacer nada. Hemos ido a
buscarla porque su madre no quiere que la niña se quede en el hospital esta
noche, mientras lloramos por ella esta noche y aguardamos para enterrarla
mañana.
La mamá de
Nelson ya vino el viernes pasado, un bebé de cinco meses, a su madre la mataron
los terroristas. Ella se trajo a todos los niños que pudo campo a través, y
cruzando el río Montepuez la corriente se llevó a una pequeña… Nelson es la
imagen de un bebé que no se alimenta desde hace días, y me pregunto cuánto
puede resistir un niño tan pequeño… es una de esas imágenes que los medios
suelen poner en las hambrunas. Sólo que esta imagen es de hoy, de nuestro
presente, el que tenemos que vivir respondiendo… la doctora Joana lo ha
ingresado, pero después, me dice: padre, necesitará leche. Cuando no sabe a
quién avisar me llama.
San Carlos
Lwanga es un hospital de campaña, como dice el Papa. No porque quiera serlo
sino porque no tiene otro remedio que serlo. Porque no tiene sentido ser otra
cosa. Si la iglesia del viernes santo hace algo, es esperar, mientras venda a
los muertos y los sepulta… En la carta a los Tesalonicenses (1, 6) Pablo dice
que el Señor ha llamado a su pueblo que acogió su Palabra en medio de muchas
tribulaciones. Porque quizás es así que puede responderse a Dios, en medio de
las tribulaciones. Quizás no hay nada o muy poco que responder cuando la vida
es fácil y cómoda… Y sin embargo dar la espalda al dolor y al sufrimiento
también es algo que nos tienta aquí, como si eso nos permitiese creer que es
posible vivir de otra manera.
En las
playas de Pemba creí sentir la presencia de aquel pueblo que atravesó el mar
huyendo de Egipto, y también podía reconocer a los moisés de hoy… que estemos
aquí hoy nos da el sentido que nuestra vida esperaba, pero también puede
quitárnoslo. Todavía, a veces, me siento apabullado, cuando parecen muchos
quienes llaman a la puerta y quisiera dar un portazo. Luego pienso que incluso
ahora Dios no nos da más de lo que podemos responder, y no hacerlo es nuestro
pecado. Que la trampa del egoísmo está en decirte que tienes que responder a
todos, y que es imposible, pero eso no es verdad. Sólo quienes llaman te buscan
y nunca son todos. El amor es una red que no somos capaces de medir y que va
más allá de todo. Y Dios salva donde menos esperamos, quizás donde nadie lo
sabrá nunca… hay muchas cruces abandonadas en este mundo, donde solo los pobres
y el silencio de Dios se encuentran. Cuando parecen cerrarse puertas, de
repente alguien abre una ventana, y respiramos.
La pequeña
Josefina… mientras lloro esas lágrimas que ya no puedo disimular, intento creer
en el mañana de Dios, pienso qué puedo hacer para que no haya otro niño que
muera… descubro que solo puedo estar aquí, en medio, sin las seguridades ni los
miedos que ya se han quedado atrás. A María, la Madre de Dios del Pilar, le
pido la fuerza, porque esa robusta columna me tranquiliza, y para los corazones
de todos los que tienen el poder de hacer algo, el saber mirar compasivos”.
Publicado por Obras Misionales Pontificias (12-11-2020). Recuperado
de:
https://www.omp.es/una-nina-y-la-desgarradora-historia-de-la-violencia-en-mozambique/