Fiesta preparada por "Misión Lepra" con la población de Chiuri el 27-01-2019
Están celebrando el día Mundial contra la lepra...
ANA MARGARIDA CARVALHO / PEMBA, MOZAMBIQUE
Mozambique, enero 2017. Veo en la puerta de la
casa a un hombre de aspecto delgado, sentado en las raíces de un «cajueiro»
(árbol del Cajú). Arrastrándose por el suelo y apoyado en una mano, se acercó lentamente
a mí, como quien pide autorización para hacerlo. Le pregunté cómo lo podía
ayudar. Avergonzado y entre las pocas palabras que sabía decir en portugués, me
respondió: «herida». Por la forma descoordinada y sufrida con que se
desplazaba, entendí lo que serían «las heridas». Se llamaba Manuel. El hombre
que, hasta hace un mes trabajaba en su cercado (huerta), para su propio
sustento y el de su familia, se volvió profundamente incapacitado y mutilado
por la Lepra; este hombre que no tiene acceso a cuidados de salud; este mismo
hombre que vivía ahora aislado en su casa por cargar el desprecio como tantos
otros leprosos.
Quien conoció al Sr. Manuel jamás olvidará su
imagen: se desplazaba arrastrándose por el suelo, incapaz de caminar por su
gran herida en el pie izquierdo. A pesar de su resignación al sufrimiento,
levantaba siempre la cara con una tímida sonrisa blanca y simpática diciendo
inmediatamente «¡Buenos días!». Condenado a la exclusión social por la familia
y la comunidad, se acostumbró a estar sólo en su rincón. Lo acogimos
diariamente en nuestra casa por la mañana. Se trataban sus grandes heridas
físicas, aunque con muchos condicionamientos y un enorme sentimiento de
impotencia. Sentado, se quedaba contemplando la vida de la comunidad deseando
un día volver a formar parte de la misma. Poco a poco, fue siendo acogido
también por los hombres que guardaban la Misión: lo cargaban a la espalda, como
medio de transporte para que pudiesen reducir su sufrimiento. Comenzaba con
este gesto, un marco importante de su reinserción en la comunidad.
Posteriormente, la ayuda de unas canadienses le devolvió la autonomía para que
se desplazase de forma independiente: regresó a la Iglesia, a la vida
comunitaria y trabajó en la gestión del pozo comunitario de la Misión. La
curación fue, sin duda, interior.
Mozambique, septiembre 2016. Por invitación de
Estrella, enfermera misionera en Mozambique, salí para el Distrito de Namuno
durante dos semanas, en el interior de la provincia de Cabo Delgado. Un
proyecto financiado por la Asociación Portuguesa de Amigos de Raoul Follereau
(APARF), recorrimos más de 2000 km por tierras del interior africano al
encuentro de tantos «Señores Manueles». Me enfrenté, por primera vez, con un
sentimiento de impotencia y revoltura interior que nunca antes había sentido
como persona y enfermera. Estuve en alpendres hechos de barro y paredes de caña
de bambú, envuelta por una nube de mosquitos y polvo, sin agua corriente ni
luz, cuidando de las heridas podridas, con recursos por debajo de lo básico.
Sentí con mis manos lo que mis ojos pudieron ver… ¡y vi muchísimos «Señores
Manueles» adultos, jóvenes y niños! Estrella recorre (sola y de forma
voluntaria) los más de 82.625 km2 de la provincia. Lleva consigo toda su
dedicación y amor en la visita a los enfermos en las aldeas más rurales,
encontrando posibles nuevos casos, curándoles las heridas exteriores y sobre
todo las interiores. Les trae una palabra amiga, una presencia de esperanza de
que la Lepra tiene cura y de que no están solos en el sufrimiento. Y es que,
más que la mutilación del cuerpo, es necesario curar el estigma, el rechazo y
el sentimiento de que sólo les queda sufrir.
Estamos en enero 2019. El próximo día 27 será
celebrado en todo el mundo el 66º Día Mundial de los Leprosos. APARF hará una
colecta nacional para que se pueda continuar enviando a Estrella, «a las Estrellas,
que trabaja(n) en favor de los más pobres y olvidados. Al igual que la Lepra,
existen otras «lepras» que cargan consigo tanto sufrimiento y exclusión social,
lejos y cerca de nosotros. Hagamos justicia al Sr. Manuel. Todos somos llamados
a ser «Estrella». Todos somos llamados a SER ESPERANZA.
(Artículo Publicado en el Suplemento de «Iglesia
Viva» del 10 de enero de 2019)
© ANA MARGARIDA CARVALHO | PEMBA, MOÇAMBIQUE
Moçambique, janeiro 2017. Avisto da porta de casa um
homem de aspeto emagrecido sentado nas raízes de um cajueiro (árvore de
caju). Arrastando-se pelo chão e apoiado numa mão aproximou-se
lentamente de mim como quem pedia autorização para o
fazer. Perguntei-lhe como o poderia ajudar. Envergonhado e por entre as
poucas palavras que sabia dizer em português, respondeu-me “ferida”.
Pela forma descoordenada e sofrida com que se deslocava percebi o que
seriam ‘as feridas’. Chamava-se Manuel. O homem
que até um mês antes trabalhava na sua machamba (campo) para seu único
sustento e da sua família, tornara-se profundamente incapacitado e
mutilado pela Lepra; este homem que não tinha acesso a cuidados de
saúde; este mesmo homem que vivia agora isolado em
sua casa por carregar o desprezo como tantos outros leprosos.
Quem conheceu o Sr. Manuel jamais esquecerá a sua
imagem: deslocava-se arrastando-se pelo chão, incapaz de caminhar sobre a
sua grande ferida no pé esquerdo. Apesar da sua resignação ao
sofrimento, levantava sempre a cara com um rasgado sorriso
branco e simpático dizendo de imediato “Bom dia!”. Condenado à exclusão
social pela família e comunidade acostumou-se a estar só no seu canto.
Acolhemo-lo diariamente em nossa casa pela manhã. Tratava das suas
extensas feridas físicas, embora com muitas condicionantes
e um enorme sentimento de impotência. Sentado, ficava a contemplar a
vida da comunidade desejando um dia voltar a fazer parte da mesma. Aos
poucos, foi sendo acolhido também pelos homens que guardavam a Missão:
carregavam-no às costas, como meio de transporte
para que pudessem reduzir o seu sofrimento. Iniciava-se com este gesto
um marco importante da sua reinserção na comunidade. Posteriormente, o
auxílio de canadianas devolveu-lhe a autonomia para se deslocar de forma
independente: voltou à Igreja, à vida comunitária
e trabalhou na gestão do poço comunitário da Missão. A cura foi, sem
dúvida, interior.
Moçambique, setembro 2016. A convite da Estrella,
enfermeira missionária em Moçambique, parti para o Distrito de Namuno
por duas semanas, no interior da província de Cabo Delgado. Num projeto
patrocinado pela Associação Portuguesa dos Amigos
de Raoul Follereau (APARF) percorremos mais de 2000km por terras do
interior africano ao encontro de tantos “Srs. Manueis”. Confrontei-me,
pela primeira vez, com um sentimento de impotência e revolta interior
nunca antes sentido enquanto pessoa e enfermeira.
Dei por mim em alpendres feitos de chão argiloso e de paredes de pau de
bambu, envolvida por uma nuvem de mosquitos e pó, sem água canalizada
nem luz, a cuidar das feridas apodrecidas, com recursos menos do que
básicos. Senti com as minhas mãos o que os meus
olhos puderam ver... e vi imensos “Srs. Manueis” adultos, jovens e
crianças! A Estrella percorre (sozinha e de forma voluntária) mais de 82
625 km² da província. Leva consigo toda a sua dedicação e amor na
visita aos doentes nas aldeias mais rurais, sinalizando
possíveis novos casos, tratando-lhes as feridas exteriores e sobretudo
as interiores. Oferece-lhes uma palavra amiga, uma presença de esperança
de que a Lepra tem cura e de que não estão sozinhos no sofrimento. Isto
porque mais do que a mutilação do corpo
é preciso curar o estigma, a rejeição e o sentimento de que apenas lhes
resta sofrer.
Estamos em janeiro 2019. No próximo dia 27 será
celebrado em todo mundo o 66º Dia Mundial dos Leprosos. A APARF fará o
seu peditório nacional para que possa continuar a enviar a(s)
Estrella(s) que consigo trabalha(m) ao encontro dos mais pobres
e esquecidos. À semelhança da Lepra, existem outras ‘lepras’ que
carregam consigo tanto sofrimento e exclusão social, longe e perto de
nós. Façamos justiça ao Sr. Manuel. Somos todos chamados a ser
‘Estrella’. Somos todos chamados a SER ESPERANÇA.
(Artigo publicado no Suplemento Igreja Viva de 10 de Janeiro de 2019)